6.9.10

"Benito Cereno" - Comentario final


Ante todo, los felicito por el trabajo realizado. El grupo en general parece haber tomado la actividad muy seriamente, con el rigor y el profesionalismo que, por cierto, corresponde a una tarea universitaria, pero que a esta altura temprana de la carrera no necesariamente es previsible como primera reacción. Además, ha habido numerosas observaciones interesantes. En general, creo que la variedad y el nivel de la discusión han sido más que auspiciosos. A fin de aligerar este blog, he movido todas las entradas y comentarios a un blog independiente: Actividad sobre "Benito Cereno".
A partir de la respuesta a uno de tantos aportes estimulantes que ustedes han enviado en estos días, esta entrada les propone reflexionar sobre otras cosas, que tienen que ver con Melville pero también, y creo que esto es más importante, con nuestro propio presente. Melville escribe, sobre todo, para sus contemporáneos y sus coterráneos; su objetivo es ayudar(los) a pensar y a sentir algunas de las grandes cuestiones de su tiempo y lugar. Pero, como ya dije en otro sitio del blog, si una obra literaria sigue vigente como obra literaria hoy, es porque ella puede ayudar(nos) a pensar y a sentir algunas de las grandes cuestiones de nuestro tiempo y nuestro lugar. Esta entrada apunta a eso.

“Considering the lawlessness and loneliness of the spot, and the sort of stories, at that day, associated with those seas [...]”
(Tomando en cuenta que era un sitio sin ley y que no había nadie, y el tipo de historias que, en ese entonces, uno asociaba con esos lugares [...])

 *    *    *

Inés Acosta hace observaciones interesantes que refieren sobre todo a la cuestión del narrador (Tema de discusión 5). Sin embargo, importa destacar una cuestión (que se vincula, aunque solo indirectamente, a sus comentarios), pues es uno de los temas que la crítica considera más relevantes y valiosos en el texto de Melville.

[Este comentario ha sido editado y se han omitido algunas partes.]
Dice Inés:
Es interesante la forma de relato que tiene esta historia. Cómo señaló el profesor y al releer el texto, se nota que el narrador (que se supone que conoce lo que sucedió realmente en el San Dominic), nos engaña a nosotros lectores, al igual que la tripulación engaña al capitán Delano. [...]
El profesor plantea por qué debemos asumir que luego de que fuimos puestos ante una representación, el narrador comienza a brindarnos toda la información. Y se pregunta “¿Qué nos indica que, ahora si, ya no estamos ante una representación encubierta, sino ante ‘la realidad’?”. Creo que en ese sentido Melville apela al recurso de contar a través del “documento” y el narrador en este momento se lava las manos, por decirlo de alguna manera, aludiendo a lo que dicen las declaraciones de los implicados en la historia y no ya algo dicho por él. Cuando comienzan a contarse los hechos tal cual sucedieron, se hace a través de documentos oficiales con la declaración de don Benito que el narrador supuestamente transcribe. Este recurso yo lo interpreto justamente como un aviso del narrador que nos dice “ya no es la historia que yo les venía contando, ahora es lo que realmente estaba sucediendo, (al menos desde la percepción de Benito Cereno, y que se recogió en este documento)”. De hecho, antes de transcribir [el documento], el narrador nos advierte que lo que vamos a leer es la versión de don Benito, la percepción que él tiene de lo sucedido (que fue cuestionada por el tribunal, el cual desconfió de la veracidad de algunos de los hechos narrados por Cereno, ya que decían que nunca podrían haber sucedido, pero que fueron confirmados por los marineros después).
El documento, puesto en medio del relato, representa para mí ese aviso de que estamos ante “la realidad” (subjetiva claro ya que es la vivida por don Benito), y ya no ante la representación que nos hace el narrador de la historia.

Comentario de E. I.:
Inés señala que la parte presentada como transcripción de un documento equivale a “contar los hechos tal cual sucedieron”. En un texto donde el engaño -y la desconfianza- ocupan un lugar tan importante, podemos preguntarnos si esta es una transcripción y si, de serlo, es fidedigna. El propio Delano, repentinamente devenido narrador, se adelanta a excusarse de las posibles inconsistencias que los lectores puedan encontrar, atribuyéndolas a que se trata de una traducción (del español, idioma que, a esta altura del relato ya lo sabemos, no domina perfectamente). Que no sospeche el que no quiera...
Pero más allá de estas incertidumbres, hay otras más profundas. ¿Una declaración legal “cuenta los hechos tal cual sucedieron”? ¿Acaso los procesos judiciales no suelen fundarse, precisamente, en la existencia de versiones contrarias sobre "los hechos"? Y si salteamos esta dimensión y vamos a los resultados (al dictamen): si un tribunal decreta cuáles fueron los hechos, ¿debemos asumir que eso es lo que ocurrió? ¿Los tribunales nunca se equivocan, o fallan injustamente?
Toda sociedad organiza diversas dimensiones de verdad y mecanismos de verdad. En la nuestra, existe lo que podríamos la dimensión jurídica de la verdad, cuyos mecanismos son los tribunales. Un tribunal (un juez, p. ej.), es el mecanismo que nuestra sociedad se da a si misma para establecer qué pasó. Ahora bien, para empezar, ese tribunal no es infalible, por supuesto. Pero además, y lo que es tal vez más importante, solo aborda la dimensión jurídica de los hechos: no dictamina sobre la dimensión moral, filosófica u otras de esos hechos. Aplica la ley -un código jurídico, ese si basado en principios morales, filosóficos, etc.-.
Y sin embargo, hay dimensiones que nuestra sociedad considera por encima de la dimensión jurídica. Por eso hay mecanismos que pueden operar por encima de la decisión del tribunal (en algunos países existe, por ejemplo, la figura del perdón presidencial: al líder máximo de la sociedad puede perdonar a alguien que ha sido condenado jurídicamente)-. El relato de Melville parece plantear un problema que corresponde, precisamente, a un orden superior al de lo jurídico; un orden más próximo a lo que hoy solemos llamar “derechos humanos” -cierta dimensión de la verdad y de la justicia que está por encima (o si prefieren, en la base de) toda otra dimensión, incluida la jurídica-. Así, por ejemplo, una ley que acepte la esclavitud, aunque sea jurídicamente válida en una sociedad, podrá ser considerada inaceptable en esa otra dimensión, la "humana". En el caso de Melville, una de las cosas en que él parece estar pensando es cómo resolver la difícil relación entre los estados que han abolido la esclavitud y los que no lo han hecho. Piensen lo que pasaba en Estados Unidos cuando un esclavo se escapaba y llegaba a un estado donde la esclavitud era ilegal: ¿se volvía libre? ¿o había que devolverlo a quien, en otro estado, era su proprietario legal? Se trataba de un mismo país, después de todo... El fugitivo era, a los efectos legales de un estado, un delincuente, y la policía tenía la obligación de capturarlo. A veces las autoridades del estado al que había escapado no lo apresaban, pero su "dueño" lo perseguía y capturaba. ¿Sobre qué bases evitar que lo hiciera, si no estaba cometiendo ningún delito? En 1851, pobladores locales que habían dado acogida a esclavos fugitivos en Christiana, Pennsylvania, repelieron a tiros al propietario legal de los esclavos y sus hombres, que habían ido a capturarlos, matando al propietario e hiriendo a varios otros, en lo que se conoció como la asonada de Christiana.
El problema de fondo, para la sociedad en la que Melville escribe, es qué significan -cómo funcionan, qué sentido tienen- cosas como “verdad” o “justicia” en un sistema esclavista. Y en su forma más de fondo, tal cuestión es válida no solo para la sociedad de Melville sino, trasladada a nuestro tiempo, para nuestra propia sociedad. Para ver esto, sin embargo, es preciso antes entender qué puede estar planteando Melville sobre los criterios de “verdad” y de “justicia” de su propia sociedad.
Inés observa, muy adecuadamente, que lo que tenemos en las deposiciones es “la versión de don Benito Cereno”. Y luego, las versiones de otras personas. ¿Qué versiones deberíamos tener, también, a fin de hacernos una idea de lo que pasó, y NO tenemos?
Las deposiciones legales, ¿nos acercan a “LOS” hechos, o por el contrario parecen confirmar UNA versión de los mismos, pero por la vía de excluir -se diría que cuidadosamente- otras voces y, por lo tanto, otras versiones?
En otras palabras, hay dos cuestiones que debemos plantearnos ante este “documento”:
1. ¿Qué nos deja ver dicho documento, y (quizá más importante), qué no nos permite ver? Obviamente, hay algo (ciertas voces, certas versiones de lo sucedido), que el documento no nos da y que es fundamental para que nosotros, lectores, emitamos juicio sobre lo que pasó.
2. ¿Hay alguna forma, en el texto, de acceder a aquello que el documento nos oculta? ¿Cuál? -Y si no la hay, ¿qué significa esa ausencia? ¿Qué significa que no accedamos a esas voces y versiones? Esas son, creo algunas de las grandes preguntas que plantea “Benito Cereno”. ¿Alguien puede responder a ellas o comentar esta dimensión del relato?
Dicho de otro modo: ¿Qué piensa Babo? ¿Qué siente? ¿Cuáles son los motivos, las justificaciones, los atenuantes, que podría dar? -No lo sabemos. No lo sabremos nunca. Él no habla. No es que no lo dejen hablar, es más bien que asume que su palabra, en ese contexto, no vale la pena ser dicha. El esclavo no es sujeto, sino objeto. No es sujeto de verdad (su palabra no tiene el mismo valor de verdad que la que tiene un hombre libre), ni sujeto de justicia (sus derechos no pertenecen a la misma dimensión que los de un hombre libre: se parecen más a los de un objeto, o un animal, o mejor dicho, algo más que eso, pero sin llegar a ser propiamente los de una persona -esos derechos no son “humanos”, en el sentido que le solemos darle hoy a la expresión-). ¿Qué sentido tendría, pues, para Babo, defenderse, explicarse? Él ha sido condenado a vivir  en otra dimensión, la de los objetos. Y esa es una dimensión que los “amos” no pueden siquiera intuir; porque, ¿quién puede imaginarse lo que es ser un objeto? Por eso, tiene sentido que Babo no pronuncie una palabra más, desde el momento en que es aprehendido.
Los jueces juzgan a Babo como si fuera aquello que la sociedad no le permite ser: un sujeto. En realidad, vemos que Babo es un sujeto. El problema es, ¿cómo puede actuar un ser humano, si decide actuar como tal (como un sujeto), en una sociedad que lo reduce al lugar de cosa, de objeto, de 'humano pero no del todo', o 'casi humano pero no del todo'? Para Cereno, Delano y casi todos los lectores contemporáneos de Melville, Babo era algo así como un ‘sádico’. ¿Acaso no asesina indiscriminadamente? ¿No coloca el esqueleto de Aranda en la proa del barco, como trofeo? (Es más: debemos suponer que antes procedió a quitarle la piel, los órganos y los tejidos, pues es obvio que en tan poco tiempo el cadáver no puede haberse reducido a esqueleto por la acción natural de la putrefacción; es un modelo perfecto para esos típicos "psicópatas" de las películas, como Hannibal Lecter.) 
¿Cómo alguien puede ser tan salvaje, tan sádico? ¿Está loco? ¿Es un psicópata? -Y, ¿qué hay que hacer con un criminal como este, a todas luces irrecuperable?
¿Acaso no hemos escuchado nosotros estas mismas preguntas, aquí y ahora? ¿Y acaso no refieren ellas, a menudo, a aquellos que en nuestra sociedad ocupan el lugar más próximo a aquel que en la de Delano y Cereno ocupaba Babo? ¿No tenemos nuestros propios Babos? ¿Qué hacemos con ellos? ¿Los oímos más que Delano o Cereno oyen a Babo? ¿Los tratamos mejor? ¿Qué tanto?
Pongámoslo de otro modo. Suele pasar, cuando leemos el texto de Melville, que la mayoría de nosotros, uruguayos de 2010, sin proponérneslo ni darnos cuenta, por un tiempo identifiquemos nuestra mirada con la de Delano, incurramos en sus mismos prejuicios y cometamos sus mismos errores. Entonces cabe preguntarse: Si individualmente asumimos (salvando las distancias), una actitud comparable a la de Delano, ¿no será que en conjunto, como sociedad, nuestra visión y nuestra actitud tiene (salvando las distancias), algo en común con la sociedad de Delano? Podemos hacernos, pues, las mismas preguntas que hicimos antes sobre Babo, pero pensando ahora en nuestro propio entorno.
¿Qué es Babo? ¿Quién es? No lo sabemos. Nunca lo sabremos. “Nosotros”, los hombres libres, no podemos saberlo, porque para saberlo hay que haber sido esclavo. Babo es una persona cuya subjetividad nos es ajena y que no acepta abrirse ante nosotros, pues sabe -o asume- que no hay espacio donde podamos entendernos. Sabe -o asume- que la única forma de comunicarse con nosotros donde puede tener alguna posibilidad, el único intercambio en el que puede ganar algo (en vez de solamente perder, perderlo todo), es la violencia. Dominar(nos) -y si para ello es necesario, matar(nos)-, es lo único que Babo puede hacer con nosotros.
¿Quiénes son nuestros Babos? ¿Cómo se comportan nuestros excluidos -esos que desde su nacimiento y por su nacimiento están, en una proyección del 90 %, digamos, condenados a la exclusión extrema? ¿Se adaptan a “la” sociedad (a nuestra sociedad)? ¿Se guían por “las” leyes (nuestras leyes)? ¿O, por el contrario, asumen el lugar ‘que les tocó’ -que les tocó por haber nacido en determinado entorno, como a Babo le tocó por haber nacido con determinado color de piel-? ¿Reaccionan como Babo? ¿O como un esclavo sumiso? Sabiendo que, por más que se esfuercen, difícilmente salgan del lugar ‘que les tocó’, y que a aquellos a quienes les tocó un lugar mejor no parece importarles mucho, o mejor dicho, ni siquieran saben quién es él, ¿deciden, pese a todo, “adaptarse” a las reglas, obviamente injustas pero que casi nadie propone cambiar? ¿O, por el contrario, intentan, cuando toda otra esperanza está perdida, clavarle el cuchillo a Cereno?
¿Qué mueve a Babo a matar a Aranda, destripar su cadáver y colgar su esqueleto en la proa del barco? ¿Qué mueve a alguien a herir o incuso matar a otro “por 100 pesos”? ¿Y qué hacer con Babo? ¿Matarlo y exhibir su cabeza en la plaza pública? (¿Entre nosotros no se dice: “a esos asesinos hay que matarlos”?) ¿O bien, en un gesto de humanidad (como el que podría tener Delano), hay que enviarlo de vuelta a África en un barco de carga? (“A los menores irrecuperables hay que meterlos presos y que no salgan más”, también se dice.)
El conocer (o no conocer) al otro es parte del conocernos (o no conocernos) a nosotros mismos. ¿Qué es Babo? ¿Quién es Babo? Si no hay respuestas para esas preguntas, tal vez las haya para otras. Por ejemplo: ¿Qué hace que existan Babos en nuestra propia sociedad? ¿Los padres, que siendo “negros” -o “pobres”- procrean hijos? ¿La culpa es de los padres de Babo? ¿O es de Babo, que no supo “adaptarse” (que no aceptó “adaptarse”, porque no aceptó ‘el lugar que le tocó’)? -¿Y nosotros? ¿Qué somos nosotros? ¿Espectadores? ¿Qué papel nos toca en este relato? Si, llegado el caso, quedamos a merced de Babo y nos pone el cuchillo en la garganta, entonces somos víctimas. Y el resto del tiempo, ¿qué somos?
--  Melville parece preguntarse, y preguntarnos, cuál es el origen de la miseria humana. -Son muchos, parece responder. Si, muchos. Y también (podemos quizá agregar), son siempre los mismos. Lo que importa, parece decirnos Melville, es cómo nos vemos y cómo vemos al otro. Y qué hacemos, a partir de allí, ante el otro. Es con esas cuestiones en mente que les propongo, ahora sí, despedirnos del San Dominick.

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